Julia había descubierto demasiado pronto que es eso de tener un corazón roto. Si, ella era consciente de que todo tarde o temprano todo se acaba, por mucho que no nos gusten los cambios o luchemos por lo contrario, ¿pero era necesario que fuese tan pronto?
Todo se paró, el mundo dejo de girar para ella, todas las personas de esa maldita ciudad gris habían dejado de existir. Ella se había intentado esconder, había intentado huir de todas esas nubes negras que le perseguían, pero no importaba, ese tren lleno de recuerdos, de dolor, de rabia… le atropellaría tarde o temprano.
Y si por un momento, solo uno, Julia conseguía distraerse y olvidarse de toda aquella maldita historia, tampoco importaba, sus padres, sus amigos, o la maldita canción que sonaba por la radio le recordaría que ÉL ya no está, todos los planes de futuro que tenían juntos, lo mucho que ella le quería, lo muy feliz que era a su lado, y un largo etc.
Pero eso no le preocupaba a ella, aún había algo peor.
Si, las malditas promesas. Yo siempre, yo nunca... ¿Por qué coño me mentiste? Se preguntaba una y otra vez… Si señores, prometer ese tipo de cosas es mentir, mentir al futuro, al destino, es perder por adelantado. ¿Ahora que hago yo con este manojo de promesas rotas? ¿Qué hago con la casa que no compraremos? ¿Qué hago con los nombres de los niños que no vamos a tener? ¿Dónde guardo el nosotros? Se seguía preguntando, sin poder tener una sola respuesta…
Aún así, con lagrimas en los ojos, le escribió por última vez…
“Pase lo que pase, voy a recordarte en cada uno de mis días (en un rincón y a escondidas). Te lo prometo”